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Dejarnos transfigurar en Cristo

La siguiente es la homilía que nos comparte nuestro párroco, Pbro. Juan Francisco Pinilla, para este Domingo, el II del tiempo de Cuaresma.

Continuamos preparándonos para la gran celebración anual de la Pascua del Señor, en cuya vigilia vamos a renovar las promesas de nuestro bautismo. Este Domingo el Señor nos hace subir al monte con Él para hacernos testigos de su identidad más profunda: ser el Hijo de Dios, su Palabra viva.

Al subir el monte ganamos perspectiva, y así podemos ver al Señor con ojos nuevos, con ojos transfigurados. Y es que la experiencia de conocer al Señor, que hacemos en la fe, crece con nostros, como toda relación personal. El Señor se nos presenta cada vez de una manera nueva, acorde a lo que estamos viviendo. Él es el Hijo de Dios, anunciado por Moisés y por Elías, en ellos se dejó ver antiguamente. Hoy se deja ver en el rostro de los que trabajan por la paz y la justicia en el mundo sufriente.

Es inevitable preguntarse. ¿Quién es Jesús para mí? ¿Dónde lo encuentro? Ante la novedad, Pedro, Santiago y Juan se llenaron de temor, de sueño y de oscuridad. Esto representa la fatiga del creer. El Señor los animó y bajaron ellos del monte, transfigurados. Esa es la invitación: dejarnos transfigurar en su presencia. Dejarnos cambiar para que el mundo lo vea y experimente en nosotros, sus discípulos. Dispongámonos con alegría a nuestra propia transfiguración, para que el mundo escuche y crea en el Hijo de Dios.

Evangelio (Lucas 9, 28b-36)

Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con Él.

Mientras éstos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Él no sabia lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo. Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo.

Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.

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