Compartimos la reflexión de nuestro párroco, Pbro. Juan Francisco Pinilla, en torno al Evangelio de este Domingo XXI del Tiempo Ordinario, cuyo texto encontramos al final de esta página.
Dice el evangelio de Lucas que “una persona le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?” Una pregunta que hoy se escucha poco. En realidad, ¿quién habla de necesidad de salvación? ¿Ser salvados de qué?
Por una parte, habitamos en una cultura que ha sacado a Dios de su horizonte. Es una cultura que se siente cómoda en su materialismo y así lo indica el consumo. El único horizonte es esta vida terrena y hay que aprovecharla al máximo mientras dure.
Por otra parte, nos vemos sobrepasados por la corrupción, la violencia y los nuevos totalitarismos. Y el Estado aparece impotente. Se espera una “salvación” de los técnicos y de los especialistas, para remediar esta vida.
Para los primeros cristianos la salvación era una necesidad urgente. Y era la salvación del mal. Del pecado. Por eso, la salvación se asociaba a la conversión del corazón a Jesucristo.
Como, en general, ha desaparecido la conciencia del pecado y la moral se ha privatizado, ya no hay necesidad de salvación, ni personal ni social, pues no existe el mal. Cada uno vive y se las arregla como puede, según sus propios recursos.
El Señor no respondió en números, sino que alentó a un esfuerzo, con verbo fuerte “luchen”: “Esfuércense por entrar por la puerta estrecha”. Frase que asociamos a “ancho el camino de la perdición” de Mt 7,13-14. Aquí se trata de un entrar o quedar afuera de la casa. “Muchos querrán entrar y no podrán”.
Una puerta estrecha es dificultosa, hay que adecuarse a sus dimensiones, empequeñecerse, adelgazarse, desprenderse de los superfluo, si no, de todo. Y esa es la imagen de la salvación: una fatiga por entrar en la casa. En el padrenuestro pedimos todos los días: en la tentación, no nos dejes caer y líbranos del mal. La fe cristiana es agonía. Llama la atención el hecho de llegar a ser desconocidos por el dueño de casa, a pesar de haber tenido cierta intimidad con él.
¿Cuál es el mal que hicieron, que les impide entrar? Precisamente el mal es la sordera. Haber escuchado al Señor y no haberlo seguido. Esto hace que la salvación sea una cuestión de seguimiento, somos salvados por el amor que nos llama, por el deseo de estar en casa y vivir en comunión. La salvación es la plenitud de la comunión, que se adelanta en los sacramentos de la Iglesia y fecunda el mundo. La salvación es el amor de Dios que nos rescata de una vida falsa y de sus ídolos. Nos salva de quedarnos solo a la puerta de la vida.
Evangelio (Lucas 13, 22-30)
Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.
Una persona le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”
Él respondió: “Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”. Y él les responderá: “No sé de dónde son ustedes”.
Entonces comenzarán a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas”. Pero él les dirá: “No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!”
Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.
Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos”.