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Desde la pequeñez es posible un mundo nuevo…

Con una entusiasta participación de familias y numerosos niños la comunidad parroquial celebró este sábado 24 la eucaristía de la noche en la solemnidad de la Natividad del Señor.

Dos niñas llevaron la imagen del Niño Jesús y lo colocaron en la cunita del pesebre, misma imagen con la cual nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, pronunció la homilía y impartió, al concluir la eucaristía, la solemne bendición.

La siguiente es su reflexión para esta noche Santa:

Acojamos hoy la señal dada a los pastores: «un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». En ella se concentra todo el camino del Señor hasta nosotros.

En apenas un versículo de todo su evangelio, Lucas ubica el nacimiento del Señor en un espacio-tiempo bien determinado. Nos presenta un fuerte contraste entre los poderosos de su tiempo: Augusto, Quirino y, por otra parte, José con María y los pastores, considerados medio bandoleros. 

Jesús nace en  la marginalidad de la historia. No nace en Roma, ni Alejandría, ni Atenas, sino en un rincón perdido de Israel. Y en un establo, el único lugar más privado y abrigado para un parto. Ahí san José dispuso lo mejor que pudo el lugar y la Virgen envuelve al niño y lo hace descansar en una cunita improvisada, donde comen los animales. Así entra el hijo de Dios en la historia del mundo, en la precariedad y la vulnerabilidad de un recién nacido. Y no saldrá nunca de esa condición. Como decía el santo Charles de Foucauld: «Nuestro Señor ocupó de tal manera el último lugar que nadie fue capaz de quitárselo».

Un niño envuelto, así lo pinta la iconografía bizantina, en un lulo; un presagio de la envoltura sepulcral.

Ese niño envuelto es el regalo de Dios a la humanidad. Su pobreza nos conmueve, como la mirada de los niños hambrientos y huérfanos en tantas partes de mundo. Y los 50 mil que dejaron de ir a la escuela en Chile…

¿Para qué, Señor, vienes así al mundo? ¿Con qué propósito? Siendo Tú el Salvador, esperaríamos ser sostenidos en tu poder. Pero no. Te dejas sostener por nuestros frágiles brazos inconstantes. Te entregas y confías a nuestro cuidado. Y es que, precisamente esta acogida en ternura y atención, es lo que abre en nosotros la puerta de la salvación. Nos obligas a hacernos tan pequeños como Tú. Y solo desde esa pequeñez es posible un mundo nuevo, más justo y fraterno. No en la Roma imperial, sino siempre en el pesebre de un Belén estrellado.

Evangelio (Lucas   2, 1-14)

Apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.

José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.

Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque donde se alojaban no había lugar para ellos.

En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:

¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por Él!