Para este Domingo, el V del Tiempo Pascual, nuestro párroco, nos ofrece la siguiente reflexión.
«Nadie va al Padre, sino por mí».
Jesús, nuestro camino al Padre. ¡Cuánto se juega en esta sola frase!
Ante todo, una comprensión acerca de quien es Jesús. En todo, Jesús siempre se manifiesta como el Hijo de Dios. Por lo mismo, como quien vive en comunión e invita a esa vida divina.
Jesús, camino, nada más dinámico y concreto. Camino para nuestros pasos cotidianos, con una dirección segura hacia donde nos dirigimos: la casa del Padre. Y desde esa dirección podemos ver con confianza nuestro presente. Camino que cada día nos levanta y nos pone en marcha…
Y el Padre Dios, toda la verdad de Jesús en una sola palabra, tan humana y misteriosa. Tan herida y combatida. Una palabra cargada de historia personal y que nos remite al origen de todas las cosas. Fuente infinita de vida y de amor. Y a la vez, meta de todo profundo anhelo y felicidad.
Así comienza siempre la oración cristiana: Padre nuestro…
Padre, ante quien todos somos hermanos y hermanas, nuestra fuente originaria de dignidad común y de destino.
Padre, don de Cristo para el diálogo, la comunión, y el entendimiento.
Y casa del Padre, espacio de libertad, de acogida incondicional, de alegría y de paz.
Evangelio (Juan 14, 1-12)
Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos:
“No se inquieten.
Crean en Dios y crean también en mí.
En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, ¿les habría dicho a ustedes que voy a prepararles un lugar?
Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde Yo esté, estén también ustedes.
Ya conocen el camino del lugar adonde voy”.
Tomás le dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?”
Jesús le respondió:
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre, sino por mí.
Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre.
Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”.
Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”.
Jesús le respondió: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?
El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que Yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que Yo hago, y aún mayores, porque Yo me voy al Padre”.