La siguiente es la homilía de nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, para este Domingo, el tercero del tiempo litúrgico de Adviento.
El Adviento es tiempo de definiciones, personales y comunitarias. Un profeta siempre suscita interrogantes. Su testimonio lleva a preguntarse por su identidad. ¿Quién eres tú?, le preguntan tres veces a Juan.
Y el Bautista se define frente a la persona del Señor. A pesar de su fama, no lo suplanta ni se cree más de lo que es.
Este Domingo de Adviento se nos dirige la misma pregunta y se nos pide una definición. ¿Qué somos en el mundo? ¿Cuál es nuestro mensaje en nuestra sociedad? ¿En qué creemos hasta dar la vida por ello? Las respuestas brotarán de nuestra relación con Jesús. Ahora bien, una cosa es lo que se es y otra lo que se cree ser ¿Qué somos y qué creemos ser? ¿Acaso salvadores del mundo, o aquellos que tienen todas las soluciones?
Ante todo, debemos preguntarnos ¿qué somos frente al Señor? ¿profetas, amigos, hermanos? ¿Una familia redimida por su amor? Y es eso lo que importa, porque lo que decimos hoy de nosotros mismos, lo decimos de cara al Señor que viene hasta nosotros.
Una buena preparación para Navidad: Pensar hoy cómo me defino ante Jesús y su reino, de justicia, de paz y de servicio.
Evangelio (Juan 1, 6-8. 19-28)
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
Él no era la luz, sino el testigo de la luz.
Éste es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle:
“¿Quién eres tú?”
Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente:
“Yo no soy el Mesías”.
“¿Quién eres, entonces?”, le preguntaron: “¿Eres Elías?” Juan dijo: “No”.
“¿Eres el Profeta?” “Tampoco”, respondió. Ellos insistieron:
“¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?”
Y él les dijo:
“Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”.
Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle:
“¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”
Juan respondió:
“Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: Él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia”.
Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.