Nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía para este Tercer Domingo de Cuaresma.
Como primera lectura hemos escuchado los diez mandamientos, patrimonio cultural de Occidente. Estos señalan un modo de vivir según la ley de Dios. Es la respuesta concreta de Israel a la Alianza establecida por Dios. Y estos mandamientos tienen una casa privilegiada: el Templo de Jerusalén. Por eso, la purificación del Templo fue un gesto profético realizado por Jesús, que se esperaba del Mesías. Se trata de purificar una relación torcida, renovar la Alianza.
Todo el relato de este evangelio desemboca en una revelación: Jesús es el verdadero templo, Dios-con-nosotros. Jesús es la verdadera casa de la Alianza. De la Nueva Alianza. Todos los mandamientos, es decir, la fidelidad a la voluntad de Dios, hallan su perfección en la respuesta fiel de Cristo a su Padre.
Por esta razón el compromiso de la Nueva Alianza, sellada en Cristo, es seguirlo a Él, conduciendo nuestra vida y nuestras opciones morales en el camino que es Cristo. Nuestra respuesta es el humilde y renovado seguimiento del Señor. No el mero acatamiento de una ley impuesta, externa, sino un caminar fiel en los pasos de Jesús, los pasos concretos de un amor que nos ha dado su vida.
¿Camino en la Ley del Señor como un deber impersonal, o es mi compromiso interior con su entrega?
Evangelio (Juan 2, 13-25)
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas:
“Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”.
Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura:
“El celo por tu Casa me consumirá”.
Entonces los judíos le preguntaron: “¿Qué signo nos das para obrar así?”
Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”.
Los judíos le dijeron: “Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y Tú lo vas a levantar en tres días?”
Pero Él se refería al templo de su cuerpo.
Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que Él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: Él sabía lo que hay en el interior del hombre.
