Nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía para este Domingo, cuarto de Cuaresma.
La historia de Israel que relata la Biblia es la historia de la fidelidad de Dios. Las vicisitudes de Israel, sus rebeliones contra Dios, representan la historia de la humanidad. Nuestra historia. Aunque en la Biblia escuchamos hechos del pasado, el olvido de Dios y sus consecuencias sociales son una realidad del presente, basta mirar nuestra sociedad tan herida. Y es en medio de la devastación donde surge una y otra vez la eterna fidelidad de Dios y su plan de salvación.
La cuaresma que nos prepara a la Pascua es un hoy abierto a la luz de Dios, una oportunidad de salir a la luz y vivir en la verdad y la justicia. Estamos a quince días de una nueva semana santa, no pongamos obstáculos al plan de Dios, tengamos fijo el corazón en Jesús, en su misericordia y fidelidad, para dar un renovado sí a su salvación.
Evangelio (Juan 3, 14-21)
Dijo Jesús:
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.
En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.
