La siguiente es la homilía preparada por nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, para la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Corpus, una fiesta para la Eucaristía. En su origen, medieval, la fiesta tiene cierto carácter apologético. Reaccionar contra la falta de fe de algunos de sus ministros. Hoy representa una convicción de fe, de las más arraigadas en el corazón de todo católico: la presencia real del Señor en el santo sacramento. Cuestión nuevamente impugnada en la Reforma protestante. Aun así, el mandato de la memoria de la cena del Señor se ha mantenido inalterable, incluso en sus mismas palabras con su sentido semítico. En Israel la carne y la sangre designan la totalidad de lo que es una persona viva.
Para nosotros, ya lejanos a esos contextos, pero herederos, esta fiesta expresa un estupor y una alegría ante un milagro desbordante. Cristo, el Señor resucitado, actualiza su sacrificio redentor en la liturgia eucarística, por medio de su Palabra y su Espíritu. Y, con humilde adoración, caemos de rodillas ante el prodigio de su presencia real y verdadera bajo las especies del pan y del vino. La fe nos lleva a confesar que ahí está realmente el Señor.
Decimos “especies” de pan y vino y no simplemente pan y vino, porque la consagración ha convertido esas sustancias en el Cuerpo y la Sangre de Cristo . Bajo esas apariencias, que no pierden sus cualidades específicas, se encuentra el Señor resucitado. Sabemos que su cuerpo glorioso no es ya como el nuestro, sometido al tiempo y al espacio, la materia ha sido glorificada en él. Por eso, las especies de pan y vino, designan cada una y en unidad, la totalidad de la persona del Señor glorioso.
Entramos en comunión con una persona, no con una cosa material. Y ese es el milagro asombroso. Traspasar el tiempo. Vivir en el presente nuestro la eternidad de Dios mismo. Aun más, este Señor resucitado es cabeza de un cuerpo que es la Iglesia, por lo mismo, comulgar con Él es vivir la comunión con todos los hermanos y con la creación renovada en Él.
Evangelio (Marcos 14, 12-16. 22-25)
El primer día de la fiesta de los panes ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?”
Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: “¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?” Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario”.
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen, esto es mi Cuerpo”.
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: “Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.