Nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía para este Domingo, el Primero del tiempo litúrgico de Cuaresma.
El Señor padeció la tentación. El evangelio muestra la seducción del mal en tres situaciones muy concretas. Sin embargo, las tres diferentes tentaciones están unidas en el fondo.
Si nos fijamos bien, podemos ver que en los tres casos Jesús responde con la expresión «está escrito»; es decir, toma la Palabra de Dios como único referente y defensa ante el mal, lo que expresa su apego fiel a la voluntad de su Padre. El tentador se da cuenta y entonces también se remite a la Escritura sagrada. Así, la última respuesta de Jesús es taxativa: no pondrás a prueba al Señor, tu Dios. También el seductor debe adherir a su Dios.
Esto es lo que está en juego en la tentación: la fidelidad a la voluntad de Dios. Más aún, porque hay una voluntad divina es que surge la posibilidad de desobedecerla. Solo quien es hijo puede abandonar el hogar de la familia.
Aunque Mateo y Lucas resumen en tres las tentaciones del Señor, en realidad, Jesús fue tentado durante toda su vida, es el Hijo por excelencia. Para nosotros esto significa que la tentación es parte de nuestra experiencia de fe. El mismo Señor nos enseñó a rezar: «no nos dejes caer en la tentación». En este sentido, la tentación funciona como el veneno del cual se extrae un antídoto contra la muerte.
Somos tentados porque somos hijos y cada tentación nos ejercita en la fe, para llegar a creer con una fe cada vez más robusta y fecunda. No es de la tentación que debemos huir, sino de la falta de confianza en la victoria del Señor.
Evangelio (Lucas 4, 1-13)
Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre. El demonio le dijo entonces:
“Si Tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan”. Pero Jesús le respondió: “Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan”.
Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: “Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si Tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá”. Pero Jesús le respondió: “Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo rendirás culto”.
Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: “Si Tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Él dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden. Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”.
Pero Jesús le respondió: “Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”.
Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de Él, hasta el momento oportuno.

Imagen: Sandro Botticelli, Las tentaciones de Cristo