Nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía para este Domingo, el cuarto del tiempo litúrgico de Adviento.
El Señor promete construir una casa a David, su Ungido. Más allá de la casa material que David quiere construir a su Dios, el Señor le dará un descendiente que eternizará su reino. Jesús será llamado el hijo de David. Muchos de sus contemporaneos vieron en Él, el cumplimiento de aquella promesa.
Pero era necesario trascender la letra al sentido más profundo y espiritual.
¿Tú eres rey? Le preguntó Pilato en su juicio. El rey prometido, en sentido material, yace Crucificado con un letrero que lo designa como tal: «Jesús Nazareno, Rey de los judíos». La promesa, entendida en sentido material, habría terminado en un gran fracaso. Pero «su Reino no tendrá fin», se le anunció a su madre.
Navidad toca precisamente aquella humilde materialidad de Belén que lleva en sí una realidad más honda perceptible para la fe. Ha ocurrido algo tan grande y asombroso como el nacimiento de una persona humana. Nada más prodigioso en el universo, y aún así, este nacimiento es algo mucho más grande y único, el niño ha nacido de madre Virgen. Se trata de un cumplimiento, según las Escrituras, donde Dios mismo se hace casa del hombre y el hombre casa de Dios.
En el sentido de hospedar y en el sentido de la descendencia. Dios nos da casa en su corazón de Padre y nos asegura la vida futura.
Casa y vida. Dos necesidades urgentes que golpean al mundo y en las cuales Dios se hace clamor. Dos regalos del corazón que podemos ofrecer esta Navidad. Más casa, más vida para el mundo.
Albergar, acoger, concebir, dar a luz… son todos misterios humanos trascendidos por la gracia de la vida eterna… «un reino que no tendrá fin». Eso es Navidad.
Evangelio (Lucas 1, 26-38)
El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo:
“¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo”.
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo:
“No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”.
María dijo al Ángel:
“¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relación con ningún hombre?”
El Ángel le respondió:
“El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios”.
María dijo entonces:
“Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según t- u Palabra”.
Y el Ángel se alejó.