Ofrecemos la meditación para esta solemnidad, que nos comparte nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla. La eucaristía, como todos los viernes, es a las 19:00 hrs.
Para esta fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, la Liturgia nos ofrece un segmento del capítulo 15 de san Lucas: el relato de la oveja encontrada.
Ante todo, Jesús, propone una pregunta cuya respuesta parece obvia, pero no es tan evidente y menos en nuestra cultura del producto y la ganancia. En la “cultura del descarte”, la respuesta es: ¡nadie!, nadie arriesgaría noventaynueve por uno. Pero el corazón del buen pastor no se mueve por números ni estadísticas, él sale en búsqueda de la oveja perdida. Parece una locura, y es, ciertamente, la locura del amor. El hallazgo tiene el tono de la ternura y de la alegría. Jesús se sirve de este relato para hablar de la mayor alegría del cielo ante la conversión de un solo pecador. Esta alegría del hallazgo es la fiesta que hoy celebramos y lo resumimos en un símbolo: el corazón de Jesús. Es un corazón que arde de amor, llagado de amor, circundado de una corona de espinas y coronado por una cruz. Un resumen maravilloso de nuestra salvación.
La antigua devoción, especialmente definida en el siglo XVII y hecha fiesta universal en el XIX, tiene para el hoy un mensaje providencial. El corazón de Jesús es nuestro hogar. Todos somos llevados sobre los hombros de este pastor, porque nuestro paso fatigoso es corto y demoroso. Solo habitando en su corazón, avanzamos seguros hacia Dios mismo y hacia los demás. Y es también el camino de la fe: ser hallados por Jesús, allí donde pudimos quedar desechados y abandonados, perdidos. Y esto es una gran alegría para celebrar, descubrir el auténtico rostro de Dios en el corazón de Jesús.
Evangelio (Lc 15, 3-7)
Jesús dijo a los fariseos y a los escribas esta parábola:
Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”.
Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.