La siguiente es la homilía que nos comparte nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, para esta solemnidad de la Epifanía del Señor.
Con la fiesta de la Epifanía culminanos este hermoso tiempo de la Navidad.
El evangelio nos ofrece una escena de contraste, entre los sabios de Oriente y el rey Herodes con toda Jerusalén. Y, además, se nos ofrecen dos claves para comprender lo que ocurre: una estrella y la ciudad de Belén. Se dibujan dos ambientes que se contraponen: de parte de los sabios, la búsqueda, la alegría y la adoración; de parte de Herodes y su corte, la inmovilidad, el desconcierto y el temor.
Decir Belén, en la Biblia, significa David, la patria del rey David; y la estrella que surge en el firmamento, es su futuro advenimiento, profetizado por Balaam, el vidente: «Una estrella saldrá de Jacob, se levantará un cetro de Israel». Los sabios extranjeros, al igual que Balaam, reconocen ya de lejos la presencia de Dios, lo que para Israel sería el cumplimiento de las promesas del Mesías. Al finalizar estas fiestas de Navidad, ¿en cuál de estos ambiente nos situamos? ¿De temor, de inquietud, de alegría, de adoración, de optimismo, de negatividad?
La liturgia nos hace entrar hoy en la casa donde está María con su hijo. Y esto ¿qué nos produce? ¿Qué siento ante este misterio?
En cinco domingos más comenzaremos una nueva preparación para celebrar la Pasión del Señor. Aprovechemos estos meses de verano para dejarnos encontrar por el Señor y darle nuestro homenaje en el encuentro con las personas que, como estrellas en la noche, nos indican su presencia, que siempre nos da la paz y la alegría del corazón.
Evangelio (Mateo 2, 1-12)
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”.
Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. “En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel’”.
Herodes mandó llamar secretamente a los magos y, después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: “Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje”.
Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría y, al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.