En este segundo Domingo de Adviento, nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla nos comparte su homilía.
Nuevamente, este Domingo oímos al gran profeta Isaías, con un mensaje de consuelo para un pueblo abatido que debe reconstuirse. Comienza un tiempo nuevo después del exilio. La desolación ha pasado. Los desiertos se transforman en caminos de encuentro con Dios.
Y hay un mensajero de esta alegre noticia, para Sión, para Jerusalén: «Aquí está tu Dios». Este es Juan el Bautista para Marcos, de ahí, las dos primeras palabras de su testimonio: «principio del evangelio», se trata de un inicio nuevo frente al del Génesis: «en el principio creó Dios…», y de una alegre noticia: «ya llega el Señor con poder»…
Para este nuevo inicio Juan Bautista proclama un mensaje de conversión. Convertirse es darse vuelta, cambiar de dirección. ¿Hacia dónde apunta el Bautista? Precisamente, hacia Jesús, Hacia Aquél «más poderoso que yo», como confiesa. Hacia Aquél que nos sumergirá en el Espíritu Santo: fuente de una vida nueva.
¿Cómo podríamos hacer nosotros este giro, en preparación a la venida del Señor?
Ante todo en docilidad a la corriente del Espíritu y así:
Primero, reconociendo que mi camino de fe es dinámico, es algo que madura y que hay otros caminos distintos al mío.
Luego, saber que hay también mejores caminos que el mío, más profundos, más consecuentes.
Finalmente, abrirme a la novedad de Jesucristo y entrar en su camino de vida.
Todos necesitamos despertar siempre a la novedad inagotable del evangelio, recomenzar desde la novedad que el Espíritu abre en nuestras vidas. Eso es Adviento.
Evangelio (Marcos 1, 1-8)
Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Como está escrito en el libro del profeta Isaías:
“Mira, Yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino.
Una voz grita en el desierto:
Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos,” así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo: “Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo”.