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Homilía 1er Domingo de Cuaresma

Jesús, después de haber sido bautizado por Juan, es conducido por el Espíritu, desde el rio Jordán al desierto. El Jordan significa la última frontera que Israel atravesó para entrar en la tierra prometida. Jesús retoma el camino de su Pueblo. 

Lucas nos sitúa entonces en el escenario del éxodo, de la libertad. El desierto representa el lugar símbolo de la prueba. Espacio de la tentación. El numero 40 retoma los años de Israel en el desierto.

Jesús inaugura su misión abriendo un nuevo éxodo, una plenitud de liberación.Y lo hace desde la tentación, desde la vulnerabilidad. Las tres tentaciones giran en torno a la escucha de la Palabra de Dios. La tentación ocurre así, en un espacio totalmente religioso: en el diálogo en torno a la Palabra. Palabra que invita a un seguimiento libre.

Jesús confronta la vida con la Palabra. Porque la vida abre distintas opciones de libertad para la realización personal y social. Y el creyente conversa con la Palabra de Dios, porque sabe del engaño de seguir vías falsas, lejos de la obediencia que lleva a la vida plena.

Al contemplar hoy al Señor tentado en el desierto, podemos reconocer abiertamente nuestras propias tentaciones: el desánimo y el pesimismo, la ambición, el egocentrismo, la pereza, el hambre de poder… todas formas ocultas de esclavitud, las cuales nublan la existencia propia y la de los demás. 

La tentación mortal, siempre serpentea, no es directa, nos aísla y susurra por detrás. Siempre bajo apariencia de bien ofrece un camino diverso de la obediencia al Dios de la libertad.

Pero también, el mismo Espíritu que condujo al Señor, actúa hoy en nosotros para seguir al Señor, para entrar en su Éxodo glorioso.  Cuaresma, tiempo para movernos en docilidad al Espíritu, para reordenar nuestra vida concreta y renovar nuestras opciones de cara al querer de Dios y nuestra identidad de hijos e hijas de Dios.

Pbro. Juan Francisco Pinilla, párroco.