Nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía para este Domingo, el XXXI del Tiempo ordinario.
Para comprender el evangelio de este Domingo nos ayuda preguntarnos por qué existían en Israel sacerdotes, hasta la destrucción del Templo y luego maestros y sinagogas. La razón es el servicio a la Alianza que Dios estableció con su Pueblo. Y esa Alianza significaba un compromiso expresado en una Ley. Los sacerdotes de Israel servían al culto sagrado, para hacer presente al Pueblo su condición de Pueblo santo. Ya sin templo ni culto, los rabinos conducían al Pueblo en su fidelidad a la Palabra de Dios.
Los mandamientos eran la base de la espiritualidad de Israel, un vivir acorde a la santidad de Dios. Pero toda institucionalización lleva el peligro de la idolatría y de la manipulación. Israel no fue la excepción. Así, el culto y la Ley, en una palabra: la religión, se pervirtió convirtiéndose en un servicio a la gloria mundana, al poder y a la riqueza. Por eso hubo profetas que alertaban contra este mal.
En el nuevo testamento, tiempo de la Iglesia, el peligro subsiste, de enaltecer un gurú y entronizar un jefe. Por eso esta rotunda prohibición a utilizar la religión para el prestigio personal y los honores. El evangelio nos centra en lo esencial. Hay un solo Padre y un solo Maestro y doctor. Aún así, el Apóstol, en su origen, experimenta no solo la paternidad divina en su servicio pastoral, sino también su maternidad, como lo expresa san Pablo a los Tesalonicenses. Por eso, el Pueblo de Dios no dudó en llamar padres a sus pastores, porque experimentaban en ellos el cuidado de padres y madres por la familia. De ahí que al sucesor de Pedro en Roma se le llamara Papa y a los presbíteros, padres. Pero no a modo de un título, sino como reflejo de una experiencia.
Pidamos para todos en la comunidad el don de transparentar el rostro de Dios en nuestros servicios, realizados no en provecho de honras humanas, sino como humilde servicio de amor.
Evangelio (Lucas 14, 1. 7-11 )
Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:
“Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: “Déjale el sitio”, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.
Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: “Amigo, acércate más”, y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”.