La siguiente es la homilía de nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, para este Domingo XVII del tiempo litúrgico común:
¿Qué es eso para tantos? Una pregunta que surge siempre que comparamos las necesidades de las personas y lo poco que cada uno puede hacer. ¿Cuál fue el signo que Jesús realizó? ¿Dar de comer a una multitud como hizo Elias? Así se entendió y quisieron hacerlo rey. Pero, el signo es todavía más profundo.
Aquel gran compartir era el signo de la ofrenda de su propia vida a la humanidad, lo que todavía hoy se continúa en la eucaristía. Aquí el Señor se parte y se comparte como alimento, alcanzando de manera invisible a multitudes que reviven a la esperanza.
Por eso, nuestro poco, entregado con amor, al ponerse en manos de Jesús, se hace un don de vida y esperanza y ese sigue siendo el gran signo de Dios para el mundo. ¿Veo mi vida como un poco entregado para la vida de los demás? Nuestra entrega, por pequeña que parezca a los ojos pragmáticos, es valiosa para el Señor, Él nos hace entrar en su poder y su fuerza transformadora del mundo.
Evangelio (Juan 6, 1-15)
Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía sanando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a Él y dijo a Felipe: “¿Dónde compraremos pan para darles de comer?”
Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: “Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan”.
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: “Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?”
Jesús le respondió: “Háganlos sentar”.
Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: “Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada”.
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía:
“Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo”.
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de Él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.