De los Sermones de san Pedro Crisólogo, obispo. Tomado del Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas, Martes de la tercera semana de Cuaresma.
Tres cosas hay, hermanos, por las que se mantiene la fe, se conserva firme la devoción, persevera la virtud. Éstas tres cosas son la oración, el ayuno y la misericordia. Lo que pide la oración lo alcanza el ayuno y lo recibe la misericordia. Oración, misericordia y ayuno: tres cosas que son una sola, que se vivifican una a otra.
El ayuno es el alma de la oración, la misericordia es lo que da la vida al ayuno. Nadie intente separar estas cosas, pues son inseparables. El que sólo practica una de ellas, o no las practica simultáneamente, es como si nada hiciese. Por tanto, el que ora que ayune también, el que ayuna que practique asimismo la misericordia.
Quien desea ser escuchado en sus oraciónes que escuche él también a quien le pide, pues el que no cierra sus oídos a las peticiones del que suplica abre los de Dios a sus propias peticiones.
El que ayuna que procure atender el sentido del ayuno: que se haga sensible al hambre de los demás, si quiere que Dios sea sensible a la suya; si espera piedad, que él también la practique; si espera obtener favores de Dios, que él también sea dadivoso. Es un mal solicitante el que espera para sí lo que él niega a los demás.
Hombre, sé para ti mismo la medida de la misericordia: de este modo alcanzarás misericordia del modo que quieras, en la medida que quieras, con la presteza que quieras; tan sólo es necesario que tú te compadezcas de los demás con la misma presteza y del mismo modo.
Hagamos, por consiguiente, que la oración, la misericordia y el ayuno sean los tres juntos nuestro patrocinio ante Dios, los tres juntos nuestra defensa, los tres juntos nuestra oración bajo tres formas distintas.
Reconquistemos con nuestro ayuno lo que pedimos por no saberlo apreciar; inmolemos con el ayuno nuestras almas, ya que éste es el mejor sacrificio que podemos ofrecer a Dios, como atestigua el salmo: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias.
Hombre, ofrece a Dios tu alma, ofrécele el sacrificio del ayuno, para que sea una ofrenda pura, un sacrificio santo, una víctima viva que, sin salirse de ti mismo, sea ofrecida a Dios. No tiene excusa el que niega esto a Dios, ya que está en manos de cualquiera el ofrecerse a sí mismo.
Mas, para que esto sea acepto a Dios, al ayuno debe acompañar la misericordia; el ayuno no da fruto si no es regado por la misericordia, se seca sin este riego: lo que es la lluvia para la tierra, esto es la misericordia para el ayuno. Por más que cultive su corazón, limpie su carne, arranque sus malas costumbres, siembre las virtudes, si no abre las corrientes de la misericordia, ningún fruto recogerá el que ayuna.
Tú que ayunas, sabe que tu campo, si está en ayunas de misericordia, ayuna él también; en cambio, la liberalidad de tu misericordia redunda en abundancia para tus graneros. Mira, por tanto, que no salgas perdiendo, por querer guardar para ti, antes procura recolectar a largo plazo; al dar al pobre das a ti mismo, y lo que no dejas para los demás no lo disfrutas tú luego.
Responsorio
R. Buena es la oración con el ayuno y la limosna; pues purifica de todo pecado.
V. Ella hace alcanzar misericordia y obtiene la vida eterna.
R. Pues purifica de todo pecado.
ORACIÓN.
Tu gracia, Señor, nos socorra siempre, nos haga vivir entregados a tu servicio y nos sirva de ayuda constante. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Sobre el autor. San Pedro Crisólogo (+450), obispo de Rávena y Doctor de la Iglesia. «A la gente le agradaban mucho sus sermones, y por eso le pusieron el sobrenombre de crisólogo, que quiere decir, el que habla muy bien. Su modo de hablar era conciso, sencillo y práctico. La gente se admiraba de que en predicaciones bastante breves, era capaz de resumir las verdades más importantes de la fe. Se conservan de él, 176 sermones, muy bien preparados y cuidadosamente redactados. Por su gran sabiduría al predicar y escribir, fue nombrado Doctor de la Iglesia, por el Papa Benedicto XIII».
