Este miércoles 29 de diciembre de 2021 el Arzobispado de Santiago ha comunicado, junto con las demás destinaciones pastorales en la Iglesia arquidiocesana, el nombramiento del sacerdote Juan Francisco Pinilla Aguilera como nuevo párroco de La Santa Cruz.
El padre Juan Francisco, que sucede en este servicio al padre Javier Barros Bascuñán, asumirá su cargo a comienzos de marzo de 2022.
La comunidad parroquial expresa su gratitud al padre Javier por su trabajo de estos años y ofrece su más cordial bienvenida al padre Juan Francisco.
Conozcamos a nuestro nuevo párroco
Así relata, en primera persona, el padre Juan Francisco, su vida y su ministerio.
Es difícil hilar y destacar los hitos de ya 36 años de ministerio y misericordia del Señor en la Iglesia de Santiago. Además, tengo la convicción de que la vida de un hombre es la historia de sus vinculaciones. Nací en Santiago el 29 de septiembre de 1960 como el segundo hijo de tres, del segundo matrimonio de Hernán, mi padre viudo y de Eliana, por esta razón soy el sexto y el tercer varón, de los siete hijos. Me eduqué y recibí mi experiencia de fe en el Colegio san Marcos de manos del querido pbro. Marcial Umaña, que marcó varias generaciones de estudiantes, y de las madres escolapias que nos infundieron un profundo humanismo en nuestra básica. El portero, don Tomás, nos quería como hijos y junto con directivos y profesores éramos una verdadera comunidad de vida, como una prolongación de la familia. Todavía conservo grandes amigos, compañeros de colegio y de infancia. Hace seis años tuve la alegría de volver a ver a mi profesor de francés. Ingresé al Seminario Pontificio Mayor en marzo del 78, ¡en mi curso éramos 32! Con un rector extraordinario, el p. Benjamín Pereira, y un equipo de formadores consagrados a nuestro bien. Fui ordenado diácono en 1984 y se me destinó como secretario de fin de semana del Cardenal Fresno. Durante el seminario en muchas ocasiones acompañé al Cardenal Silva a Punta de Tralca, elegido democráticamente, vox populi, para el encargo. En las vacaciones de verano, con Nicolás Vial, colaborábamos con el santo padre Charles Müller en el “Verano Feliz” y tuve la alegría también de colaborar con él en el catecismo para Chile, me tocó hacerle muchas traducciones y gocé de su amistad.
El primer destino pastoral como diácono fue en la parroquia de Fátima. El sacerdote encargado de la juventud de la Zona se quejó con el Rector, pbro. Juan de Castro, porque yo hablaba mucho de Jesús.
Recibí el sacramento del Orden el 17 de agosto de 1985 en el Santuario Nacional de Maipú. Para consternación de la asamblea, la ordenación la efectuaba el Cardenal Fresno, pero como estaba invitado el Cardenal Silva, que nos conocía de hace tiempo (yo fui su «mitrero» oficial por muchos años) él se levantó naturalmente de su sitial y nos impuso las manos a todos los ordenandos, ¡él antes que el Arzobispo que presidía la ordenación!
Fui ayudante de teología en el Seminario y luego profesor de introducción a la Biblia. Al finalizar el examen de universa theologiae, acompañé a la puerta a la admirada profesora de antropología teológica, la Hna. Anneliese Meis, quien me dijo: «seguramente vas a continuar tus estudios, pues trata de estudiar algo que toque tu corazón». Partí a las Mercedes de Puente Alto como vicario junto a Mauricio Hourton, en años duros de la dictadura militar, tuve a cargo dos sectores de la parroquia, san Carlos y Fátima, con amistades y experiencias imborrables de los catequistas de matrimonio. De ellos, Eduardo Salas fue llamado al diaconado permanente. Fui encargado de la pastoral juvenil de la Zona Oriente y fundamos la Escuela de Verano. También por entonces formamos un grupo bíblico capitaneado por Cecilia Sommerhoff, bajo el alero de Schoenstatt en Bellavista. Comunidad que me regaló grandes amigas hasta el presente. Luego comencé el magister en la facultad de teología en el Campus Oriente con lo cual me cambié al Carmen de Ñuñoa, pero vivía con Horacio Hernández, que me acogió en el Hogar de estudiantes que él dirigía. Una vez instalado en el Carmen, recibí el cariño de muchas familias, muchos rostros conservo agradecido y el cariño fiel de los Lago Rubio y los Palma, de la Jaqui y la Flori, también amiga de don Vicente Ahumada. Ahí fui administrador parroquial, estaba terminando el magister, pero no se definía todavía si seguiría el doctorado y en qué materia, todo llevaba a la Sagrada Escritura, pero Juan Palma estaba en eso, así es que podía ser mejor patrística. Como pasaba el tiempo le dije a Precht que mejor me quedaba en la parroquia y que contara con mi servicio pastoral. Al poco tiempo me enviaron a la Gregoriana de los jesuitas de Roma a estudiar sistemática. Pero como mi magister lo hice en san Juan de la Cruz, el padre Ladaria sj, que en un principio me ofreció su dirección, me mandó a hablar con el p. Charles André Bernard sj, un bretón de ideas firmes, gran erudición y sobre todo profundidad de pensamiento y de espíritu. La ventaja es que entonces yo hablaba más francés que italiano y él leía en español. Conservo amigos de esa época. Viví el el Pontificio Collegio Latinoamericano de vía Aurelia Antica, con presbíteros de 17 naciones y la maravillosa compañía de Cristián Contreras, del biblista Santiago Silva, de otros compañeros chilenos y amigos argentinos, colombianos y venezolanos. Ya después, en Alemania, tuve amigos mexicanos y una nueva familia de adopción los Kern-Schäfer.
Regresé a Chile bajo el pastoreo del querido don Carlos Oviedo en 1993. Por piedad, antes del seminario, me destinó un semestre a santo Toribio con el imponderable Pedrito Narbona. Yo llegaba de Roma y Fernando Ramos partía. Después de un semestre fui confinado al propedéutico del seminario como director espiritual y profesor, bajo la tutela y amistad de Ignacio Ducasse y la sabiduría de grandes hombres como Jorge Falch, Maximino Arias, Andrés Arteaga y el gran compañero Luigi Migone. Allí estuve como siete años, le pedí a don Francisco Javier que me cambiará, y solo me llevó de Prefecto de Teología por un año más. Entre tanto, desde que llegué doctorado de Roma, donde tuve el privilegio de estar muchas veces con Juan Pablo II y celebrar la misa con él (con el Cardenal Ratzinger me topaba algunos sábados comprando revistas en la misma edicola -kiosko- junto a santa Anna), comencé a hacer clases de Teología Espiritual, una materia muy descuidada y ya casi desconocida en la Facultad chilena. Pude participar en 11 proyectos Fondecyt como investigador bajo la dirección de la Hna. Anneliese y también gané un proyecto propio; comencé a dirigir tesis de posgrado, también hice clases de Orden, pero me dediqué más a un curso de formación general sobre la persona de Jesús, en eso estuve como cinco años entre arquitectos, diseñadores y artistas en Lo Contador, fui Asesor de Pastoral UC, allí formamos un grupo de reflexión bíblica y de amigos, pero después me concentré en san Joaquín hasta el presente. Dejé los TTF y asumí varios cargos de dirección en la Facultad, Director de Investigación y Postgrado, Director de Formación General. Me tocó ser también Director de Teología para Laicos. Actualmente soy Director del Centro de Estudios Interdisciplinarios en Edith Stein, hago la cátedra de Mariología, doy cursos de Teología Espiritual y dirijo algunas tesis de postgrado.
También pude servir y asomarme al mundo de la Iglesia perseguida y sufriente, como Asesor Nacional de ACN, cuando el p. Joaquín Alliende asumió como director internacional. Contemporáneamente, fui asesor para el centro de espiritualidad “SEA” en Chile de Inés Ordoñez. También fui Juez delegado para la causa del venerable Mario Hiriart, regalo de la Providencia para palpar la vida de un santo contemporáneo y conocer más de cerca la historia de Schoenstatt en Chile.
Del seminario fui a Cristo Crucificado en la zona Norte, allí con don Augusto, la Jani, el Pollo y la familia del diácono don Carlos y el Pato. En ese entonces me compré mi primer Yaris. Pasaba horas en micro. De ahí nos mudamos al Sagrario, justo el día del asesinato del p. Gazziero. A los pocos meses, después que hacen obispo a Fernando Chomali, que era párroco de Madre de Misericordia, partí para Los Trapenses. Primer nombramiento de párroco, un templo gigante y una práctica sacramental que lo llenaba. Me ayudaba don Joaco Matte y el p. Juan Carlos de los Legionarios y tuve el apoyo cordial de don César, sacristán y organista, de Carmen, secretaria parroquial, de Jaime, de las incondicionales Honorato y tantas queridas familias que pude conocer de cerca. Duré un año. El Cardenal Errázuriz me nombró Vicario para la Educación, labor que ejercí con gozo por tres años y medio, con un equipo de trabajo extraordinario con mis amigas Gloria Comparini y Ximena Rodriguez, también fui testigo de la abnegada tarea de los directores y directoras de nuestros casi 30 colegios del Arzobispado. Desde ese servicio me correspondió integrar, en sus primeros meses, el grupo fundador del Consejo nacional de prevención de abusos y acompañamiento de víctimas, organismo de la Conferencia Episcopal de Chile. Tiempo hermoso, pero también de grandes dolores por la crisis que se desataba. Dejé la vicaría para no perder la Teología. El Cardenal Ezzati me pidió que le ayudara con Santa Marta. Allí estuve casi 8 años. Hermosa y alegre comunidad, con jóvenes que ya emprendían su vida matrimonial y también de consagrados, la Carito y el Clapa y un diácono oriundo de la comunidad, Patricio Ovalle. Luego llegó también Carlitos Barassi. Cada uno con sus respectivas esposas y familias.
Al pasar ya el plazo de nombramiento se me propuso asumir San Ramón de Providencia, donde ya había vivido antes como vicario, como huésped, y como administrador Parroquial. Agradezco el Decanato de curas con que me tocó compartir en estos años. Después del convulsionado tiempo del estallido y de dos años de pandemia, con un canal de YouTube con 427 suscriptores, dejo esta querida comunidad y me dispongo a servir en la Santa Cruz. Avizoro mi jubilación de la facultad de teología y he reducido ya mi carga académica, con el objeto de crecer más en contemplación y silencio.