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Transfiguración: oír de verdad

La siguiente es la homilía de nuestro párroco, Pbro. Juan Francisco Pinilla, para este Domingo, fiesta de la Transfiguración del Señor.

La visión que experimentaron los discípulos los condujo a una escucha, a un mandato que oyen bajo la nube luminosa que los cubre. Esa misma voz se oyó también el día del bautismo en el Jordán.

Pedro, Santiago y Juan ven y oyen que Jesús conversa de igual a igual con los grandes referentes de la Primera Alianza: Moisés y Elías. La ley y los profetas respectivamente. Ellos representan la Palabra que Dios dirige a su Pueblo. Una palabra de Éxodo y Alianza, que pone en movimiento la vida, salir de Egipto, salir de todas las idolatrías que nos estancan y paralizan como sociedad.

Moisés y Elías, enraizados en la historia de Israel, son adelantos de la Pascua definitiva y perfecta de Jesús. Por eso, celebrar la transfiguración hoy, es fortalecer nuestra escucha del Hijo Amado. Significa crecer como discípulos, que bajo la nube luminosa de la fe, dejan transformar sus ojos y sus oídos. Esa es la fuerza de la fe. Somos nosotros, los discípulos, los que necesitamos que nuestro ver y oír sea transfigurado, para seguir fielmente Señor y participar de su Pascua gloriosa. Escuchar es el mandato permanente para la Iglesia. Escuchar la voz del Hijo de Dios que nos invita a pasar con Él a la vida y la libertad plena. ¿Cómo escucharlo hoy? Prestando oído atento a lo que pasa. Podemos discernir la voz del Señor en las cosas que están ocurriendo.  Hay un llamado claro que se percibe detrás de la inseguridad y la violencia, de la injusticia y de la corrupción.  Hay una dirección clara que seguir. Oír de verdad, es obedecer al bien, a la verdad y al amor.

Evangelio (Mateo 17, 1-9)

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús: Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube:

Éste es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.

Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: Levántense, no tengan miedo.

Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.